Tras casi dos años de pausar la producción de la serie Ciudad Automática y en paralelo a la serie Implosión sucedió algo que no me esperaba. La propuesta, aun no definida, de exponer en el British Arts Center de Buenos Aires me zambullo en la profundidad de mi amor a ese centro de exposiciones y a la ciudad.
Cuando de adolescente paseaba por la mítica Buenos Aires buscando y encontrando respuestas solía cumplir religiosamente mi visita al British Arts Center que posee el AACI (Asociación Argentina de la Cultural Inglesa). Siempre encontré las muestras en este lugar de refinado gusto y alto nivel. Soñaba con algún día merecer exponer allí y me prometía algún día lograrlo.
Cuando me invitaron a que presente una carpeta para exponer alli no pude evitar soñar con los ojos abiertos y revivir el porqué original que me habia llevado a Ciudad Automática. En una charla con mi querida María Lopez encontré que tenía el porqué más claro de lo que pensaba y decidimos entre las dos pasarlo a papel. A partir de una entrevista guiada que luego ella ordeno, porque se sabe bien que yo me voy por las ramas sin faltar a los detalles, escribimos el Manifiesto de Porqué Ciudad Automática:
Ciudad Automática es la
respuesta insitu a la pregunta que Josie Watson se hizo al viajar en el año
2008 para conocer a su familia paterna que vive en Australia. Caminando por las
calles de la primer-mundista ciudad de Sidney y conociendo el viejo puerto del
que su padre había zarpado en su juventud, casi a su misma edad, la joven
artista se preguntó: ¿Por qué Argentina? Tanto Sidney como Buenos Aires habían
sido hacia el ‘70 las grandes promesas mundiales. Luego de treinta años, Sidney
había alcanzado dichos objetivos, pero la Argentina no había logrado mantener
su éxito en el tiempo.
Alexander Ian Sinclair Watson,
rosarino, de padre escocés, había viajado por el mundo por el trabajo de su
padre. Cuando llegó con su familia a Australia comprendió que en 20 o 30 años
dicha ciudad no sería el ambiente que buscaba para uno de los objetivos de su
vida: una familia. Sin tantas razones y más por corazonada, a los 17 años subió
a un barco llevando consigo únicamente una valija con dos camisas, cuarenta
dólares americanos y un número de teléfono en la mente de un amigo de la
infancia. Con un panorama no muy alentador, Alexander Ian volvió a la Argentina
en la noche de la matanza de Ezeiza, en 1974. Llamó a su amigo por teléfono y
fue recibido en la familia Gómez por muchos años. Estudió medicina en la UBA,
en plena dictadura, sin dudar ni una sola vez de sus objetivos. Años más tarde
conoció a Anita Lozada, con quien conformaría la familia que soñaba.
En el año 2008, en una mañana
de sol en la bahía de Sidney, mirando el reflejo del cielo sobre uno de los
rascacielos del centro, Josie vio por primera vez, el primer boceto de Ciudad
Automática. La forma final de dicho boceto la generó la imagen antagónica y
casi catastrófica de la ciudad de Buenos Aires, sobre el avión de vuelta,
volando sobre el Río de la Plata. ¿Qué había en dicha ciudad que realmente
había hecho elegir así a su padre? Ciudad Automática brotó de la vivencia de
las mismas preguntas que brotaron en su interior. Solo años más tarde con la
serie ya avanzada, pudo leer en su propia obra, las respuestas que había
encontrado en el camino.
CIUDAD AUTOMATICA
Ésta ciudad tomó el nombre de
“automática” por el trabajo de largos años que la joven artista dedicó a la
materia del “automatismo”. Comprendido como el actuar humano guiado por la
mente sin “pensar”, el automatismo había sido un ejercicio técnico de
liberación mental practicado por los surrealistas en la literatura. Es el padre
del cadáver exquisito entre otros y buscaba desatar al hombre de sus
protecciones mentales para dejar afluir lo inconsciente. En la obra de la
artista el automatismo, esa línea plana, gráfica, automática, es el reflejo de
un profundo actuar humano. Su acercamiento al automatismo no es una visión
crítica de los hábitos automatizados de la humanidad, sino una profunda
observación de cada uno de ellos, comprendiendo en esta forma de actuar, una
forma inevitable de supervivencia con un carácter intrínseco de valores
personalizados. Encontrando así un significado profundo inclusivo en cada gesto
que pareciera superficial. “Nos modelamos según unos objetivos, aunque
sean débiles, medio consientes, no totalmente claros… Siempre hay una finalidad
en la acción humana, y necesitamos que aquello que tiene razón de fin nos
“agrade”: por eso se puede afirmar que en la base de la vida, hay una opción
estética” (Pág. 13. “La Belleza, un tema urgente” Gabriel Dondo, Ediciones
Lotgos)
El color de dicha línea
liberadora no en vano toma el del Negro. Este color, según las teorías físicas
de la pintura, es el conjunto de todos los pigmentos, que interpretó como
una fuerza latente de vida a desfragmentar. No en vano es el color
predominante en la cultura oriental que lo asocia a belleza, voluntad creadora, juventud,
energía vital y, por sobre todo, el trazo de la humanidad.
La artista encontró a la
ciudad como el ambiente propicio para expresar las posibilidades de esta fuerza
creadora humana que es capaz de decidir, hacer, perdonar y autocondenar. ¿Qué
puede haber más humano que un lugar donde cada ladrillo fue colocado sobre el
siguiente ladrillo por una única decisión humana, hasta generar grandes
edificios?
Así como la línea negra lleva
un sentido intrínseco que se exterioriza en su trazo, la línea blanca expresa
en su extrema dualidad, la espiritualidad humana. Las teorías del color que
dirigen el estudio de la artista mencionan al blanco como significante de Dios,
Vacío, Silencio, Espacio, Tridimensión. Negro y blanco son en su obra dos
antagónicos simbióticamente configurados. Mediante el blanco afirma la creencia
y dependencia en un Ser Superior, el del entendimiento de cada persona, que por
momentos actúa sobre el accionar humano, aporta, permite, se ausenta
deliberadamente, no se lo encuentra, colabora, etc. De esta forma la línea
blanca se observa en algunos lugares equilibrando, redirigiendo, resaltando,
fortaleciendo, tapando, dando protagonismo, sosteniendo, a la línea negra. Una
divinidad al servicio de su creación más hermosa, más creadora.
Se hace así presente un factor
propio de la obra de Josie Watson, la dualidad. Si bien hay niveles profundos
en los que la creadora de la serie medita acerca de la dualidad, el primer
rasgo de la presencia de la misma es el diálogo entre el actuar y el meditar,
ambos automatizados, ambos humanos, ambos materiales, ambos espirituales. Su
manifiesto artístico es esta ciudad caótica y encantada de cuyas infinitas
dualidades brota la existencia matérico-espiritual del motor central que la
regenera: la Vida Urbana. Puede verse a las líneas blancas y negras comulgando,
pisándose, dialogando, respetándose, admirándose, ausentándose, poseyéndose,
oyéndose, o suicidándose juntas.
Luego, todo lo que está entre
medio de esta lucha existencial, el color. El color hace referencia a las
circunstancias en las que ocurren las vicisitudes de la vida, esas a las que no
elegimos. Cada esquina o lugar representado fue elegido tras una vivencia
especial de la artista en dicha locación. El color adopta sus matices en función
a la vivencia en cada espacio. Si bien se mantienen sumergidos bajo una leve
desaturación propia del humo de la ciudad, cada matiz refleja lo impredecible
de cada momento de la vida en la ciudad. Estos colores son el fruto de la
desfragmentación de las dos fuerzas anteriormente mencionadas.
Estos elementos toman formas
orgánicas, de consistencia líquida. La vivencia en esta ciudad demuestra ser
caótica en cuanto orgánica, es decir, con su propia coherencia trágica… como la
naturaleza misma. Las formas curvas y oscilantes expresan un vertiginoso
movimiento imparable. Ciudad Automática es tan humana que pareciera caerse o
derretirse, evaporarse o endurecerse... Sus torres se vuelven blandas y las
calles lagunas que reflejan el cielo. La vida pareciera ser tan líquida, tan
fugaz… pero extrañamente conmemorada. Esta ciudad no habla del automatismo y
del actuar efímeramente, sino que recuerda en su apariencia lo trascendente, lo
esencial, lo sagrado del actuar y de la existencia humana.
Un concepto nace en esta
serie, como respuesta a una de las preguntas de la artista, que la acompañará
en todo el desarrollo de esta extraña ciudad: el fenómeno del caos, propiamente
latinoamericano. Latinoamérica se caracteriza frente a otros lugares en el
mundo por su carácter afectivo. Pareciera que sus habitantes se destacan por
priorizar desde sus valores culturales a los afectos antes que al éxito. El
caos, deja de ser un impedimento al orden y pasa a formar parte de lo casi
estrictamente necesario para esa maduración afectiva. No importa qué suceda,
qué se pierda o qué se deje atrás, lo que más se valora es el crecimiento
personal-afectivo de la persona en relación con sus más íntimos amigos y
enemigos, es decir, el éxito personal.
Este concepto inspira a la
artista a representar dos tipos de personajes diferentes en su ciudad: los que
automatizados caen en las fauces del actuar, no pudiendo diferenciar su
interioridad de lo superficial y los que sí pudieron diferenciar las
realidades, encarnando la lucha existencial entre el caos y la
auto-realización. Se genera una tensión entre ambas realidades, otro juego
de dualidades, muy peculiar. Pero esta tensión no es dañina. Es el “Punctum” o,
un poco más allá, es la decisión de vivir “despierto”. El caos se transforma,
para los iluminados, en la herramienta indispensable para personalizarse. Cada
una de las personas, “automatizadas” o “realistas” es un ser querido de la
artista, cuya vida e historia personal encarnan respuestas a las preguntas que
a la misma le generaron, en este camino que la primera pregunta desató.
Al día de hoy, ubicada en
nuestro espacio y tiempo, la artista nos dice por qué para algunas personas
realmente es preferible la fachada de Buenos Aires a la de un monumento limpio
y entero en alguna plaza en algún pais del primer mundo: “Es por una cuestión
simple... es que Buenos Aires, es más real”. “El caos latinoamericano en el que
estamos sumergidos, puede realizarnos más que la comodidad sin límites de otros
entornos. Aquí constantemente tenemos que decidir y elegir... libertad que no
en todas partes del mundo se disfruta hoy (desde las persecuciones en áfrica,
las guerras en medio oriente o en el sur de Europa, hasta el materialismo
esterilizante del primer mundo). En este lugar, no sabría si decir de
privilegio, existe un don: el caos latinoamericano, como humanidad en
movimiento constante, demasiado constante, ya incontrolable.
La Vida se condensa en estas
calles hasta saturarnos de ruido. Las personas saben, en este lugar, más de sí
mismas que lo que creen conocerse. El entorno, aunque esté ya fuera de los
límites de lo "ordenable” responde al carácter natural, caótico y a la vez
ordenado, de la naturaleza humana y de su realidad.” Por último, la tensión.
Característica efervescente en la obra de Josie Watson. Pareciera moldear como
plastilina las composiciones y mantener el equilibrio tensado desde cada lado
de los bastidores. Al igual que en su mundo personal, este factor no puede
dejar de tomar su especial protagonismo tácito.
Josie Watson los invita a
disfrutar de la primera muestra de la serie Ciudad Automática en la ciudad de
Buenos Aires, su musa privilegiada. La muestra podrá visitarse del 10 al 31 de
Julio en el British Arts Center de Suipacha 1333 de 15 a 21 hs.
Con ustedes, el Manifiesto de Porqué Ciudad Automática